vendredi 4 juin 2010

¿Ganaron la lechona y el tamal? *

A pesar de las tendencias previstas en las encuestas, Juan Manuel Santos recogió un número extremadamente elevado de votos durante la primera vuelta de las elecciones Colombianas. La sorpresa no es que Santos ganara la primera vuelta, sino lo cerca que estuvo de ganar la presidencia sin necesidad de una segunda así como la distancia abismal entre sus resultados y los de Antanas Mockus.

¿Qué conclusión sacar de esta disparidad entre las previsiones y la realidad?

Primero y evidentemente, que como siempre, las encuestas son simplemente ‘pistas’ de la intención de voto de la gente y que, sobre todo, no cubren la totalidad de la población, limitándose a proyectar resultados basados en tendencias urbanas, dejando de lado a una gran parte del electorado del país.

De ahí la pregunta, ¿habrá sido este, para no desmentir una tendencia vieja como la misma Colombia, el triunfo de la lechona y el tamal? ¿De los buses organizados para sacar a la gente de sus veredas y traerla a los cascos urbanos a votar? ¿El resultado de un par de camisetas y algunas promesas vanas?

La respuesta es sí. Una declaración de intenciones de un partido no es suficiente para cambiar las prácticas ancestrales que minan al país. Obvio, el clientelismo se mantiene y está magistralmente manejado por los partidos ya establecidos. Más obvio aún, si sumamos al tamal y la lechona los comentarios apenas vedados y claramente partisanos del actual presidente.

Pero el clientelismo se queda corto para explicar estos resultados. Lo que vimos ayer no es la consecuencia solamente de la manipulación de los indecisos al último momento, de la ‘compra’ de votos, del clientelismo tan arraigado y aceptado como práctica usual, del fraude o de la picardía que tanto aprecia Santos.

El resultado del domingo es el síntoma de algo mucho más grave.

Los colombianos llevamos más de 50 años en guerra. Una guerra que no se deja nombrar como tal pero que es guerra sea cual sea el eufemismo que la represente. Y en esos 50 años, pero sobre todo durante las últimas décadas, la legalidad se ha ido deslizando hacia una zona gris cada vez más difícil de navegar.

El triunfo de Santos es preocupante porque demuestra que la opinión pública colombiana está dispuesta a sacrificar muchas cosas en nombre de la seguridad: la democracia, el Estado de derecho, la transparencia, el respeto a los derechos humanos.

No se puede negar que el gobierno de Uribe deja logros, algunos importantes, otros más pasajeros. Pero tampoco se puede negar que deja como herencia un desprecio marcado hacia la legalidad, el recurso a prácticas cada vez más reprochables y una hostilidad hacia los defensores de derechos humanos que debería escandalizar a cualquier ciudadano.

Pero no a los colombianos. Después de tanto conflicto, de tanta muerte, el colombiano hizo el duelo de su derecho a que no le mintieran y de paso hizo el duelo del debido proceso, de la transparencia, del respeto de la ley para quienes son considerados como ‘enemigos de la patria’. En esa visión del mundo en la que ‘todo se vale’ para derrotar a las FARC y otros grupos guerrilleros, se vale asesinar jóvenes sin defensa, se vale apoyar a los paras, financiarlos, armarlos, controlarlos desde el senado, se vale vigilar a las cortes, se vale usar de manera fraudulenta el símbolo de la Cruz Roja, se vale pagar por los votos, se vale violar fronteras y alienarse a nivel regional. Todo se vale.

En los últimos años el desprecio por la vida, por la legalidad se ha hecho cada vez más flagrante y los colombianos votaron el domingo 30 de mayo con conocimiento de causa, puesto que los escándalos son tan gruesos, tan obvios, que hasta los ‘medios’ remotamente dignos de ese nombre los revelan a pesar de las presiones, de las dificultades, de la falta de análisis.

Los colombianos conocen las horrendas y reprochables prácticas que la ‘seguridad democrática ha traído; la existencia de las chuzadas, de los falsos positivos, de los subsidios de agro ingreso seguro, de los ataques cada vez más agresivos contra los defensores de derechos humanos. No es ignorancia, deciden simplemente hacer caso omiso todos estos factores y considerar que es un sacrificio necesario, el precio que el país debe pagar para lograr el objetivo final de destruir a la guerrilla.

Salvo que un país sin alma, sin reglas, con o sin guerrilla será un infierno y que las raíces profundas de la insurgencia no habrán sido sino reforzadas, volviendo en algún punto a un inevitable recomenzar. El caso de Sri Lanka está ahí para demostrar que el ‘todo se vale’ puede costarle muchísimo a la democracia.

Un amigo me dijo antes de las elecciones: “Mockus está bien para ser presidente de Colombia dentro de 8 años, cuando todo esto se haya terminado, antes es imposible”.

Error. Nada de esto, salvo la legalidad, se habrá terminado en 8 años, si el precio de ‘ganar’ la guerra es vender el alma del país. Lo único que se habrá terminado es la confianza de los colombianos en sus instituciones, se habrán terminado las expresiones sociales que no corresponden al molde de la ‘seguridad democrática’, se habrá terminado una generación de jóvenes, usada como carne de cañón (como soldados, guerrilleros, paras o falsos guerrilleros) en un conflicto que solo se terminará mediando este terrible pago. Este es el mensaje de los ‘resignados’.

Colombia merece más. Mucho más. Merece que los colombianos NUNCA nos resignemos. Merece soluciones apegadas a la legalidad, merece políticos que no financien a los paras, que no se roben la plata, merece defensores de derechos humanos respetados y escuchados, merece espacio político para todas las tendencias.

Colombia, la supuesta democracia más estable de América Latina, merece aspirar a convertirse en una democracia de verdad.


*Publicado en Semana Comunidades http://comunidades.semana.com/noticias/ganaron-lechona-tamal/5135.aspx