Muchos colombianos se sintieron embargados por un sentimiento extraño en estos últimos días. Murió Manuel Marulanda Vélez alias ‘Tirofijo’ y nada cambió y nada pasó.
Según las FARC, el guerrillero más viejo del mundo murió tranquilo. No murió en combate, no murió asesinado, no fue un ‘logro’ del ejército nacional, ni una traición interna.
Murió de viejo, de cansancio, de fatiga, de agotamiento o de aburrimiento, lo cual es lo más probable.
Cuánta tristeza debieron sentir miles de personas, al saber que Tirofijo murió en su cama, en los brazos de su compañera. Cuánta gente a la que le robaron esa posibilidad debió llorar de rabia y de tristeza al oír eso. Tirofijo murió ‘en casa’. Tirofijo no murió solo, no lloró por los que dejaba sin noticias, no sufrió al saber que nunca más iba a verlos o abrazarlos, simplemente expiró, en sus términos, en su cama o su hamaca, con su mujer a su lado.
Según las estadísticas de País Libre, 1307 personas entre 1996 y 2007. 1307 personas que cerraron los ojos con la certidumbre de morir solos. 1307 personas que no pudieron decir adiós. 1307 personas que no pudieron morir de viejos.
No estoy feliz ni celebro la muerte de Tirofijo. No estoy de acuerdo con el gobierno que se atribuye, por razones comprensibles pero absurdas, este ‘logro’. No creo en la venganza ni en la revancha. Pero no puedo evitar sentir esta muerte como una afrenta, una injusticia.