vendredi 11 juillet 2008

El amargo sabor del chisme

El rescate de Ingrid Betancourt y otros 14 secuestrados fue un evento planetario en el que los medios colombianos tuvieron la primicia. Por fin Colombia era el centro de atención de manera positiva, por fin el calvario de estas 15 personas llegó a su fin, finalmente Ingrid Betancourt y su familia, como los otros secuestrados y sus familias, pueden descansar.

La batalla se ganó y aunque la guerra contra el secuestro continua, la guerra mediática solo empieza. Y que guerra! A la altura de impresionantes reportajes de El Tiempo como ‘Colombiano inventa pizza sin borde’ o ‘Encuentran llama con forma de Juan Pablo II’ la liberación de los rehenes ha desencadenado una oleada de ‘periodismo’ amarillista deplorable.

Los altibajos de las relaciones de Jorge Eduardo Gechem con su esposa y las confrontaciones por medios interpuestos ya son penosas de por si, pero el caso Betancourt nos ha llevado a nuevas cimas de ineptitud e incompetencia. El problema, evidentemente, no emana simplemente de los medios, es obvio que estas personas al volver a la libertad, se encuentran en el ojo de un huracán que difícilmente pueden manejar.

El ejemplo perfecto resulta ser el ‘artículo’ titulado ‘Clara Rojas le reclamó a Ingrid Betancourt que le diga por qué se molestó con ella’ en el que no solo nunca se hace alusión a supuesta razón de la molestia de Ingrid Betancourt y no se trasmite información alguna válida o pertinente. El artículo termina siendo una tribuna de Clara Rojas para dejar a entender que Ingrid Betancourt está mintiendo sobre eventos ocurridos durante la detención de las dos.

Un ajuste de cuentas absurdo y difícilmente comprensible cuando se piensa que estas dos mujeres han atravesado por las más difíciles pruebas y no tiene sentido que ventilen sus desavenencias en público.

No se queda atrás la entrevista de María Isabel Rueda al esposo de Ingrid: ‘Juan Carlos Lecompte dice que no descarta que todo se haya acabado con Ingrid’ en donde Lecompte ajusta cuentas con su esposa con frases de adolescente como la siguiente: ‘Anoche hablamos, Fabrice me llamó y me la pasó. Es un detalle de él. Y ella, como si nada hubiera pasado.’ Edad mental confirmada con el uso de palabras como ‘me friquio’. Pero esto no es una valoración sobre el pobre manejo del español de Lecompte sino sobre el descarrilamiento de lo que es considerado la vida privada de estas personas.

Curioso que además haciendo referencia a su reencuentro con Ingrid, Lecompte use la palabra dignidad, teniendo en cuenta que él mismo propicia este despliegue de su vida personal que lo será todo menos digno!

Al parecer esta actitud responde a una inmensa presión de la parte de los medios y el público colombiano que han escrutado constantemente las reacciones de los actores de este drama y han tomado posición injustamente.

Que el Colombiano promedio conciba la liberación de Ingrid o los demás secuestrados como el fragmento una de sus novelas cotidianas o como otro de los desolantes capítulos de ‘Sweet, el dulce sabor del chisme’ ya es preocupante, pero que los medios, supuestamente serios, sigan esa vía es inadmisible, tanto como es incomprensible que los protagonistas de la historia participen a esta degradación y esta puesta en escena.

Evidentemente, la vida privada de estos secuestrados difícilmente ha sido esto último durante su cautiverio y ahora sus liberaciones. Han sido objeto de un cubrimiento planetario sin precedentes, pero esto no explica la razón de ser de esta deriva, las peleas de recreo de colegio entre Clara Rojas e Ingrid Betancourt y las peleas de novios de Gechem y su esposa y de Lecompte e Ingrid no tienen su lugar en la prensa, a menos de que El tiempo, El Espectador y los demás medios nacionales hayan por fin asumido su estatus de ‘Entertainment news’ o ‘noticias del espectáculo’.

En ese caso, habrá que hacer los ajustes necesarios; más fotos, menos textos y una remuneración consecuente para estas personas que venden su intimidad y la de sus allegados.

jeudi 29 mai 2008

Murió en su lecho

Muchos colombianos se sintieron embargados por un sentimiento extraño en estos últimos días. Murió Manuel Marulanda Vélez alias ‘Tirofijo’ y nada cambió y nada pasó.
Según las FARC, el guerrillero más viejo del mundo murió tranquilo. No murió en combate, no murió asesinado, no fue un ‘logro’ del ejército nacional, ni una traición interna.
Murió de viejo, de cansancio, de fatiga, de agotamiento o de aburrimiento, lo cual es lo más probable.

Está muerto y Colombia sigue igual. Está muerto y la guerra no se acaba y los secuestrados no regresan a casa y no hay suspiros de alivio y no hay desmovilización en masa (por ahora, por lo menos). Lo único que queda es una profunda desazón. Las FARC emitieron un comunicado a través de Telesur, en el que se atrevieron a contar cómo le llegó la muerte a Tirofijo.

Cuánta tristeza debieron sentir miles de personas, al saber que Tirofijo murió en su cama, en los brazos de su compañera. Cuánta gente a la que le robaron esa posibilidad debió llorar de rabia y de tristeza al oír eso. Tirofijo murió ‘en casa’. Tirofijo no murió solo, no lloró por los que dejaba sin noticias, no sufrió al saber que nunca más iba a verlos o abrazarlos, simplemente expiró, en sus términos, en su cama o su hamaca, con su mujer a su lado.

¿Cómo puede la muerte llegarle de manera tan convencional a una persona que no le dio esa oportunidad a miles de colombianos? ¿Cuántos hombres y mujeres muertos en cautiverio nunca tuvieron esa suerte? ¿Cuánta gente no pudo recibir ese último abrazo?
Según las estadísticas de País Libre, 1307 personas entre 1996 y 2007. 1307 personas que cerraron los ojos con la certidumbre de morir solos. 1307 personas que no pudieron decir adiós. 1307 personas que no pudieron morir de viejos.

No estoy feliz ni celebro la muerte de Tirofijo. No estoy de acuerdo con el gobierno que se atribuye, por razones comprensibles pero absurdas, este ‘logro’. No creo en la venganza ni en la revancha. Pero no puedo evitar sentir esta muerte como una afrenta, una injusticia.

Tirofijo le apuntó a un país más social y falló, le apuntó a una movilización masiva del pueblo y falló, le apuntó a cambiar el mundo y falló (aunque si logró un cambio, pero no para bien sino para mal) y al final le apuntó a una vida burguesa, de abuelo respetable y eso, por fin, lo logró. Tirofijo no murió en su ley, murió en su lecho.